viernes, 9 de septiembre de 2016

Encuentro con Sergio Fritz y el tiuque

Librería Bajo Los Hielos
(Providencia 1336, Galería Puerta del Sol)
Esta semana tuve uno de esos encuentros que me motivan a seguir en esta empresa casi imposible de mantener mi anonimato mientras develo algunos secretos de los brujos y brujas de la Nueva Recta Provincia. 

Por motivos laborales (no vinculados con mis «amigos brujos» de Concepción), tuve que viajar a la capital. Recién llegado al terminal de buses, tuve mi primer sobresalto: un tiuque, que estaba posado sobre la señalética del metro de Estación Central, me miraba sin quitarme la vista de encima. Cuando comencé a sentir un cosquilleo en la nuca (mala señal sin duda), emprendió su vuelo y desapareció en dirección a la USACH. Traté de no darle muchas vueltas a este inusual encuentro e intenté seguir el itinerario que me había propuesto. Tenía que hacer unos pololitos periodísticos y traté de centrarme en ello. Sin embargo, el pajarraco aparecía y desaparecía a ratos, y durante los tres días que estuve en Santiago, siempre estuvo al acecho.

Mi amigo y colega Sergio Fritz Roa
Con el extraño tiuque persiguiéndome desde lo alto, llegué a una de mis citas previamente concertadas: un almuerzo con mi colega Sergio Fritz, investigador de la cofradía de brujos de Chiloé, cuyo libro La Recta Provincia ya va, según me comentó, en su tercera edición. «Ha despertado mucho interés», me contó entusiasmado mientras despejaba una pila de libros para que pudiera sentarme. Preocupado, traté de persuadirlo para que no llamara tanto la atención. «Ya sabes por qué», le advertí, pero me dijo algo muy cierto: «Desde hace rato conocen mi nombre y sigo aquí. Por algo será». Quizás porque les conviene, pensé. Quizás porque todo esto es parte de un plan en el que no solo Sergio y yo estamos metidos, sino también otros que, como nosotros, hemos contado al mundo parte de sus secretos.

Para distraerme de mis sombríos pensamientos, le cuento que hace unos días, en el programa "Mentiras Verdaderas", hablaron de la Recta Provincia (la antigua). «Qué pena que no te invitaran a ti», le dije. «Me falta fama», me contestó levantando levemente los hombros. Nos reímos espontáneamente. Después volvimos a las anécdotas de siempre, de esas que solo pueden compartir quienes investigan cosas fuera de lo común, como nosotros. Historias raras, de esas que te hacen estar mirando sobre el hombro todo el tiempo. Pero los recuerdos amenos nos duraron poco: una sombra alada pasó fugaz por fuera de la librería. Era muy grande para ser una simple una paloma. Nos miramos sobresaltados y, sin decirnos nada, nos paramos y nos asomamos, no sin cierto temor, hacia el exterior. Y ahí, desde una de las barras blancas que cruzan de lado a lado el patio de la galería, estaba mi tiuque, mirándonos con inusitada atención. Su presencia nos puso en alerta. Nos recordó que los brujos y las brujas están entre nosotros y que solo quienes estamos iniciados en los secretos de la brujería chilena identificamos su actuar. Es uno de ellos, me dije. Ya no cabe duda.

«¿Sabes quién es?», me preguntó Sergio casi en un susurro. Negué con la cabeza, mientras instintivamente puse mi mano izquierda sobre mi medallita de San Cipriano. Sin ponernos de acuerdo comenzamos a recitar unos versos venidos de tiempos remotos: «San Cipriano va para arriba, San Cipriano va para abajo». Tres veces pronunciamos el conjuro. El tiuque nos escuchó con la misma atención de siempre, pero quizás algo molesto. Eso creo al menos. De pronto, decidió irse, ya sea porque no tenía nada más que hacer ahí o porque nuestras palabras, a pesar de todo, lo intimidaron. Sea como sea, se marchó. Pero el almuerzo quedó teñido por su ominosa presencia.






No hay comentarios:

Publicar un comentario