lunes, 14 de agosto de 2017

Fugándose del aguacero

Para quienes desconocen el poder de los brujos, estas lluvias torrenciales y vientos huracanados que han afectado a Concepción este último tiempo son más bien consecuencia de la acción humana y de las alteraciones que han acarreado décadas de progreso a costa de la destrucción de la naturaleza. Para los iniciados como yo, los motivos apuntan en otra dirección, mucho más siniestra y amenazadora que el consabido cambio climático. La magia que por siglos había circulado tranquila por las corrientes energéticas de nuestro país ha sido alterada. Y no es cosa de este año. Basta recordar el nefasto 2016 para los chilotes, ¿acaso no hubo magia oscura mezclada con una profunda sed de venganza en aquella marea roja como nunca antes vista? ¿El despertar no se remonta a ese fatídico 8 de diciembre cuando la Nueva Recta Provincia hizo frente a la Orden en el cerro Caracol?  ¿O fue incluso antes, aquella noche cuando la niebla rodeó la casa de la bruja más poderosa de la isla? ¿O acaso...? Silencio. No es el momento. No todavía. La verdad debe permanecer oculta un tiempo más.
En el lanzamiento de Magia Austral.

Pero no es de las lluvias de lo que quiero hablar hoy, sino de mi fugaz visita a Santiago. Escapé del aguacero para encontrarme con una capital cenicienta, prácticamente desalojada, ausente. Atacado por mis propios temores, llegué al lugar donde se realizaría el lanzamiento. Di vueltas un rato y solo entré cuando ya había comenzado. Permanecí al fondo, tratando de que nadie me reconociera, salvo mi colega, que desde abajo me miraba como quien ve a un muerto. Con solo ese gesto me hizo saber que mi transformación no solo había sido espiritual sino también física. Sus ojos llenos de asombro y mezclados con genuino temor, me bastaron para darme cuenta de que mi antiguo yo había desaparecido para siempre.

Cuando me tocó mi turno para la firma del libro, me observó de punta a cabo, como tratando de reconocerme, e inclinó la cabeza con esa comprensión que solo Sergio tiene frente a lo inefable. «Somos nosotros quienes creamos la realidad», me escribe en la dedicatoria. No solo nosotros, quise responderle, pero la oportunidad se nos fue entre peticiones de fotos y abrazos alegres. No era el momento. ¿Cómo contarle de buenas a primeras todo lo que había presenciado en estos meses de cautiverio? ¿Cómo hacerlo si ni siquiera yo me atrevo a mirar lo que late en mi mente a la espera de que abra la puerta?

En el bus de regreso he meditado bastante el asunto. Revelar de a poco los extraños sucesos que me han llevado a esta encrucijada u ocultarme de todos y de mí mismo. La respuesta me viene como un eco de otro tiempo, de uno más diáfano, cuando inicié este blog pensando que los brujos de la Nueva Recta Provincia no me darían alcance. Cuando todavía creía que él no me obligaría a ser parte de sus siniestros planes de venganza. 

Pero supongo que ya es tarde. Nunca hubo ni la más remota posibilidad de una vuelta atrás. Quizás solo necesito tiempo y entereza para contar esos secretos que son tan suyos como míos. Lo haré, aunque no sin cierta pereza. Para no abrumar con tanta oscuridad a aquellos que aún creen en la luz. Para no sucumbir en este intento en el que ya se me ha ido la vida. 

No bien pensé en aquello cuando el aguacero golpeó con fuerza la caja metálica y los vidrios del bus, sorprendiendo al resto de los pasajeros, pero no a mí. Concepción, al igual que yo, se halla bajo su maleficio desde tiempos inmemoriales. Recuerdo haber tomado mi medallita instintivamente y haber comenzado a rezar justo antes de sentir su mirada lancinante. Giré la cabeza hacia la ventana y ahí estaba. De pie, en la berma de la ruta Itata. En el instante preciso en que se cruzaron nuestras miradas, levantó la mano y me saludó. Aunque su silueta desapareció en un parpadeo, su siniestra presencia permaneció flotando como el recuerdo de una pesadilla que se niega a quedarse en el mundo de los sueños al que pertenece. ¿No lo vi ser atacado en la noche de San Juan? La duda se instala y sospecho. La noche se cierne sobre mí y me pide tomar una decisión. ¿Cómo hacerlo con él todavía rondando en esta tierra?

sábado, 5 de agosto de 2017

Recuerdo de una noche lluviosa

Sergio lanzará un nuevo libro y, aunque el miedo me embarga, viajaré a Santiago para acompañarlo. Hemos hablado poco estos meses; un par de llamadas, uno que otro whatsapp. Nada profundo. Nada que pueda delatarme. ¡Pero me conoces tan bien! Sabías que algo me perturbaba e insistías en preguntar, justo antes de colgarme, a pesar de que siempre te contestaba lo mismo: «No puedo decirte». «¿No quieres o no puedes?», me interrogabas. Y la respuesta quedaba flotando entre nosotros como una sombra cuya ausencia es tan palpable como las verdades que decidiste contar en tu libro o como las que me fueron reveladas y que no puedo compartir con nadie, ni siquiera contigo.

¿Recuerdas cuando me contaste, entusiasmado, de tus planes de irte al sur, del cierre de la librería, de lo satisfecho que estabas con Magia Austral? ¿Recuerdas lo que me dijiste?: «En la encrucijada, todos los caminos son una promesa». «Todos no», te dije y tú cambiaste el tema rápido, como sospechando que tan tajante respuesta escondía una verdad dolorosa y profunda. De esas que se callan por temor. De esas que te despiertan a medianoche bañado en tu propio sudor de muerte. De esas que nos recuerdan que la brujería no ha sido desterrada de este mundo.

Silencio.
No puedo contarte más.
No debo.

Prefiero quedarme prendado de la ilustración que escogiste para la portada de tu libro. Me gusta. Sin embargo, mientras la observo, un escalofrío me remece y un recuerdo perdido comienza a tomar forma en mi mente. Una cortina de agua me empapa. No solo a mí, sino también a él que está a mi derecha, esperando el ataque que sabe que vendrá. Un ruido que repta entre la lluvia me pone en alerta. Siento un golpe fuerte, que me expulsa a una distancia prudencial. Desde esa posición veo a su sombra en guardia pero inmóvil, esperando una orden que no llega. Y justo cuando las dos serpientes ancestrales se yerguen frente a él para engullirlo, el agua estalla en mil pedazos y el recuerdo se fuga, dejándome una sensación extraña de maravilla y espanto. Las he visto, Sergio. Las he visto y sé a quién sirven. Su rostro permanece oculto junto a los recuerdos de esa noche, pero el siseo de sus sombras no desaparece. Me hablan a través de la portada de tu libro y prefiero no escucharlas. ¿A ti también te susurran en tus sueños?