He estado desaparecido una semana
porque fui contactado por mis «amigos» brujos. Recibí la llamada el lunes
19 de septiembre. La misma voz de siempre. La misma petición. «Necesitamos
de tus servicios». Eso fue todo. Los «servicios» incluían, como de
costumbre, escribir algunos artículos para desviar la atención de los
ciudadanos penquistas acerca de un homicidio en particular: la chica muerta en
Chiguayante, hecho que comenté justamente en una entrada anterior. Al igual que
en ocasiones anteriores, las fotografías tomadas en la escena del hallazgo del
cuerpo así como los documentos policiales desaparecieron misteriosamente. Lo
más notable fue que incluso quienes estuvieron a cargo de la investigación la
semana previa a Fiestas Patrias han olvidado el hecho. No me extraña. Conozco
la habilidad de estos maleficiadores para embolinar mentes y engatusar a los
incautos que dicen sus nombres sin pensar que, gracias a ello, pueden ser
controlados.
Iglesia Aldo, Chiguayante. |
La novedad de la semana fue
otra. Mientras estaba en estas labores fui contactado por la persona más
insospechada: don Reinaldo Castillo (el padre de Lorena Castillo, la chica
encontrada muerta en el Santuario del cerro La Virgen en diciembre del año
pasado y de quien nadie —excepto yo y su padre— se acuerda). Me pidió una
reunión secreta, para lo cual me citó en Chiguayante el jueves 22 de septiembre
a las 11:00 horas, en las cercanías de una iglesia alejada del bullicio y
prácticamente aislada.
Accedí más que nada por
curiosidad. Me fui en locomoción colectiva para no despertar sospechas. Me
junté con él en Walter Schaub con Los Avellanos. En silencio caminamos hacia la
iglesia y nos perdimos en el bosque aledaño. Solo allí, en la soledad de la
naturaleza, se atrevió a hablarme. Fue breve. Supongo que sospechó que conmigo
no era necesario una larga explicación. Si ya había llegado a mí era porque
conocía de mi relación con la Nueva Recta Provincia. «Usted sabe lo que
voy a pedirle», me dijo. Asentí. «Solo un encargo», acentuó levantando sus
espesas cejas sobre el marco de sus lentes oscuros. Permanecí en un silencio
respetuoso, esperándolo. «Quiero reunirme con el brujo que mató a mi
hija». Justo cuando iba a responderle que eso sería imposible, porque,
claramente, no tenía idea de que no tenía injerencia alguna en la organización,
ambos levantamos la vista y nos quedamos prendados en un tiuque que nos
observaba, ominoso, desde un árbol cercano. Intempestivamente, el teniente en
retiro de carabineros sacó su arma y disparó, sin mediar ninguna advertencia,
contra el extraño pájaro, que alcanzó, por milímetros, a esquivar el disparo.
Después de ello, se lo tragó el bosque y no volvimos a verlo.
No es mi tiuque. Me ha sido imposible fotografiarlo. |
«Saben de nuestro encuentro», me dijo
con una entereza que me sorprendió. «Ahora estará obligado a hacer lo que
le pedí», sentenció. Intenté persuadirlo. Que echara pie atrás. Que todavía
estaba a tiempo. Pero nada de lo que le dije tuvo eco en su mente. Estaba
decidido. Lo estaba incluso desde antes de nuestra reunión... Probablemente
desde esa mañana en que lo llamaron para informarle del asesinato de su hija. O
quizás tres días después, cuando todo vestigio de su muerte desapareció,
incluso entre sus colegas de armas. Ahí debió haber sospechado que algo fuera
de toda lógica había pasado.
¿Cómo llegó a mí? No sé. Creo que he dejado demasiados rastros, lo que
me hace temer que, al menos uno de los brujos, ese a quien vi hacer sombras de
lagartijas alguna vez, me conoce. Sabe mi nombre. Está al tanto de este blog. Y
solo está a la espera de algún acontecimiento. Algo que desconozco, pero de lo
que, ahora estoy seguro, soy parte.
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