Sergio lanzará un nuevo libro y, aunque
el miedo me embarga, viajaré a Santiago para acompañarlo. Hemos hablado poco
estos meses; un par de llamadas, uno que otro whatsapp. Nada
profundo. Nada que pueda delatarme. ¡Pero me conoces tan bien! Sabías que algo
me perturbaba e insistías en preguntar, justo antes de colgarme, a pesar de que
siempre te contestaba lo mismo: «No puedo decirte». «¿No quieres o no
puedes?», me interrogabas. Y la respuesta quedaba flotando entre nosotros como
una sombra cuya ausencia es tan palpable como las verdades que decidiste contar
en tu libro o como las que me fueron reveladas y que no puedo compartir con
nadie, ni siquiera contigo.
¿Recuerdas cuando me contaste,
entusiasmado, de tus planes de irte al sur, del cierre de la librería, de lo
satisfecho que estabas con Magia Austral? ¿Recuerdas lo que me
dijiste?: «En la encrucijada, todos los caminos son una promesa». «Todos
no», te dije y tú cambiaste el tema rápido, como sospechando que tan
tajante respuesta escondía una verdad dolorosa y profunda. De esas que se
callan por temor. De esas que te despiertan a medianoche bañado en tu propio
sudor de muerte. De esas que nos recuerdan que la brujería no ha sido
desterrada de este mundo.
Silencio.
No puedo contarte más.
No debo.
Prefiero quedarme prendado de la
ilustración que escogiste para la portada de tu libro. Me gusta. Sin embargo,
mientras la observo, un escalofrío me remece y un recuerdo perdido comienza a
tomar forma en mi mente. Una cortina de agua me empapa. No solo a mí, sino
también a él que está a mi derecha, esperando el ataque que sabe que vendrá. Un
ruido que repta entre la lluvia me pone en alerta. Siento un golpe fuerte, que
me expulsa a una distancia prudencial. Desde esa posición veo a su sombra en
guardia pero inmóvil, esperando una orden que no llega. Y justo cuando las dos
serpientes ancestrales se yerguen frente a él para engullirlo, el agua estalla
en mil pedazos y el recuerdo se fuga, dejándome una sensación extraña de
maravilla y espanto. Las he visto, Sergio. Las he visto y sé a quién sirven. Su
rostro permanece oculto junto a los recuerdos de esa noche, pero el siseo de
sus sombras no desaparece. Me hablan a través de la portada de tu libro y
prefiero no escucharlas. ¿A ti también te susurran en tus sueños?
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